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Mi jefe
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Yimeurys de la cruz
Romance
ABSTRAK
El taxi se detuvo frente al imponente rascacielos de cristal y acero. Isabela Cruz pagó al conductor con manos temblorosas y bajó con cuidado, sosteniendo la carpeta que contenía su currículum como si fuera un escudo. El edificio parecía elevarse hasta tocar el cielo, reflejando la ciudad entera en su fachada espejada. Era majestuoso, inalcanzable, intimidante. El nombre grabado en letras metálicas sobre la entrada brillaba con arrogancia: Dávila Corporations. Isabela respiró hondo y se obligó a avanzar. El corazón le martillaba en el pecho, consciente de lo absurdo que parecía: ¿una simple entrevista podía causarle tanto miedo? Sí. No era un puesto cualquiera, no era una empresa más. Se trataba de la corporación más poderosa del país, y su dueño… bueno, su dueño era una leyenda viva. O más bien, una sombra temida. Se acomodó la falda lápiz negra que había comprado de segunda mano para la ocasión y se ajustó la blusa blanca que le apretaba un poco en el pecho. Quería lucir profesional, pero lo único que sentía era que todos podían ver lo fuera de lugar que estaba. El eco de sus tacones sobre el suelo de mármol resonó en la amplia recepción. Una mujer de cabello perfectamente recogido la miró desde el mostrador con una sonrisa fría y automática. —Buenos días. Tengo una entrevista —dijo Isabela, su voz un poco más baja de lo que quería. La recepcionista revisó su computadora y asintió sin mucho interés. —Piso cincuenta. Oficina principal. Alguien la acompañará. Un asistente apareció, impecable en su traje, y la condujo hasta el ascensor. El trayecto en silencio se le hizo eterno. Cuando las puertas se abrieron, el pasillo iluminado con luces blancas parecía sacado de una revista de arquitectura: minimalista, pulcro, casi clínico. El asistente se detuvo frente a una puerta doble de cristal. —Puede pasar. El señor Dávila la espera. El corazón de Isabela dio un salto. Empujó la puerta y entró. La oficina era un reino en sí misma: paredes de cristal que ofrecían una vista panorámica de la ciudad, un escritorio imponente de caoba oscura, y un hombre sentado tras él. Alexander Dávila. Lo había visto en revistas financieras y reportajes de televisión, pero en persona la impresión era distinta, casi brutal. Traje n***o perfectamente entallado, cabello oscuro peinado hacia atrás, mandíbula marcada y ojos grises que parecían atravesar cualquier barrera. No levantó la vista al entrar ella; seguía revisando unos documentos como si ella no existiera. —Siéntese —ordenó con voz grave, sin mirarla. Isabela obedeció, tragando saliva. El silencio llenó la habitación. Finalmente, Alexander levantó la mirada y la estudió con detenimiento. Sus ojos eran fríos, analíticos, casi inhumanos. —Señorita Cruz —dijo lentamente, como probando las palabras—. Su currículum es… correcto. Pero su experiencia es limitada. ¿Qué me asegura que no perderé el tiempo contratándola? Ella apretó la carpeta entre las manos. Tenía que demostrar seguridad, aunque todo en su interior gritaba que huyera. —Aprendo rápido. Trabajo duro. Y no me intimidan los retos, señor Dávila. Él arqueó una ceja, como divertido. —¿No la intimidan los retos? ¿Está segura? —Sí. Un silencio tenso los envolvió. El leve murmullo de la ciudad al otro lado del cristal parecía ensordecedor. Alexander entrelazó las manos sobre el escritorio y se inclinó hacia adelante. —Dígame, señorita Cruz… ¿qué tan lejos estaría dispuesta a llegar para mantener un empleo en mi empresa? La pregunta la descolocó. ¿Era una prueba? ¿Una provocación? ¿O un doble sentido? Isabela se mordió el labio y contestó lo único que se le ocurrió. —Hasta donde sea necesario. Una sombra de sonrisa cruzó el rostro de Alexander, helada. —Bien. Empieza el lunes. Así, sin más. Sin más preguntas, sin ofrecerle la mano, sin darle la oportunidad de agradecer siquiera. Isabela se levantó con torpeza. —Gracias, señor Dávila. —Puede retirarse. La puerta se cerró tras ella y sintió que las piernas le temblaban. Había conseguido el puesto… pero no sabía si eso era una victoria o el inicio de un desastre. Alexander – Flashback El silencio volvió a llenar la oficina cuando ella se fue. Alexander permaneció unos segundos mirando la puerta cerrada, antes de levantarse y caminar hacia la ventana. Desde allí, la ciudad se extendía bajo él como un tablero de ajedrez. Tenía razón: no estaba preparada para su mundo. Ninguno lo estaba. Se sirvió un whisky en un vaso bajo, el líquido ámbar brillando bajo la luz. Bebió un trago y cerró los ojos. Un recuerdo lo asaltó, tan nítido como un cuchillo. Un jardín al atardecer. Una risa femenina que le erizaba la piel. El roce de una mano cálida en la suya. Y luego, el estallido de un disparo. La sangre extendiéndose sobre un vestido blanco. Abrió los ojos de golpe, apretando el vaso con tanta fuerza que estuvo a punto de romperlo. —No ahora —murmuró. Ese pasado estaba enterrado. No pensaba permitir que nada ni nadie lo resucitara. Primer día de isabela.........................................

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